4 de mayo de 2011

EL BARCO EN EL DESIERTO

El barco en el desierto


Mari-Cruz Suárez-Rivero
Western Sahara Resources Watch



Cuando la familia Moulud huía en 1975 de su tierra en la costa saharaui hacia el interior del desierto, para ponerse a salvo de los bombardeos de la aviación marroquí, la “derraá” del abuelo olía a mar tan intensamente que si alguien se acercaba y cerraba los ojos pensaría que se encontraba en la misma orilla. Envuelto entre sus ropas, el abuelo llevaba un pequeño barco de madera que él mismo había tallado, como si el azul de su vestimenta se empeñase en abrazarlo de tal modo que el barquito se sintiera tan a gusto como en las aguas que había tenido que abandonar.

En la huida el abuelo fue alcanzado por las bombas de los aviones y cayó al suelo malherido. Pero antes de morir, al despedirse de todos, llamó a su hijo Yeslem y le dijo:

- Yo soy saharaui y pescador, siempre he vivido a las orillas del mar y he dormido en las playas, yo no conozco el desierto del interior. Este pequeño barquito de madera es lo único que te puedo dejar, pues mis redes y mi barca las tuve que dejar para huir del invasor. Cuida de este barquito y prométeme que algún día lo devolverás a las aguas saharauis donde lo metí en el agua por primera vez. Al tallarlo con mis propias manos he ido dejando un poco de mi espíritu en él y estoy seguro de que cuando el barco regrese a nuestro hogar, a su hogar, yo desde el más allá sabré reconocer su olor y su sabor salado. Podré disfrutar con la familia la vuelta a casa.

Yeslem le prometió que cuidaría del barquito y que si algo le ocurriese, serían sus futuros hijos los que lo harían y algún día lo devolverían al mar saharaui. Con inmensa pena cerró los ojos de su padre muerto y a partir de ese momento sintió ya el barquito como el espíritu de él y le reconfortó saber que estaría siempre al lado de la familia.

Pasaron los días caminando con el miedo en los pies y la rabia en la frente hasta que llegaron a la región de la “hamada”, donde Yeslem tuvo que montar una improvisada “jaima” en medio de la nada. Los viejos le decían que aquella región desnuda había sido hacía mucho tiempo un inmenso mar, pero que ahora estaba seco. Yeslem, al mirar al horizonte se imaginaba a su padre a lo lejos en su barca pescando y lanzando sus pequeñas redes por la borda pero el color pardo del suelo enseguida le recordaba que el agua no estaba allí y que aquello no era el mar saharaui.

Yeslem buscó una pequeña caja para proteger su barquito, lo envolvió en un trozo de la “derráa” azul de su padre y lo metió dentro de ella, y mientras lo hacía pensaba:

- Algún día, no será esta tela la que te envuelva sino que te acariciarán las aguas saharauis, y su olor y sabor salado serán reconocidos por mi padre cuyo espíritu está en ti.

A continuación, en una esquina de la “jaima”, depositó la caja y cada noche al acostarse la miraba con nostalgia y pensando en su padre.

Al cabo de unos años, Yeslem, que ya se había casado y era un valiente soldado, tuvo un hijo al que llamó Mohamed Moulud y al que contó como había sido la muerte de su abuelo y como su espíritu estaba en aquel barquito de madera que se guardaba dentro de la caja. También le decía que si algún día él moría en combate, su misión sería velar por el barquito de su abuelo pescador y procurar devolverlo al mar, tan pronto como fuese posible regresar a la patria.

Un día, su padre no regresó de la batalla y al ver como su madre lloraba comprendió que le había llegado el momento de encargarse de la custodia del barco. Pensó entonces en cambiarlo de sitio para que quedase bien oculto y a salvo, pues él tendría que estar un tiempo fuera estudiando y no quería dejar la responsabilidad a su madre. Así pues, decidió que una de las “jaimas” de su “daira”, y que no estaba lejos, sería el mejor sitio, pues estaba a punto de ser sepultada por una duna y allí quedaría bien enterrada hasta que él volviese de su largo viaje.

Pasaron unos cuantos años y Mohamed Moulud se hizo mayor. Volvió a su “wilaya” convertido en un hombre preparado y decidido a seguir luchando por su pueblo, como lo habían hecho su padre y su abuelo. Al llegar, quiso recuperar la caja con el barquito dentro pero al mirar hacia el lugar donde la había dejado años atrás se sorprendió de ver como la duna que tapaba la vieja “jaima” que lo cobijaba, se había hecho enorme, tan grande que necesitaría la ayuda de algún amigo para poder retirar la arena y acceder al interior.

Al llegar la tarde, junto a su mejor amigo, comenzó a retirar arena de la duna, pero la tarea era tan difícil y laboriosa que se agotaron muy pronto. Entonces, comenzó a levantarse un viento tan fuerte tan fuerte que tuvieron que parar con la intención de continuar en otro momento más propicio. Como la intensidad del viento aumentaba decidieron regresar al día siguiente.

Esa noche, el aire soplaba y soplaba con una fuerza aterradora, y las ráfagas tenían tanta violencia que ni los más viejos del lugar recordaban una noche igual. Mohamed Moulud creía entender que el viento le quería decir algo, pues sus silbidos semejaban palabras que a menudo le susurraba su padre cuando era niño. Pensando en él dijo: “padre, voy a cumplir mi promesa, el barquito volverá al mar donde el abuelo pescaba”.

Al amanecer, Mohamed Moulud fue a buscar a su amigo para continuar desenterrando la “jaima”. A medida que se acercaban al lugar de la gran duna observaron que el color era distinto al marrón pardo que impregnaba toda la “wilaya”. Aceleraron el paso y al llegar se quedaron boquiabiertos, pues la duna había desaparecido y en su lugar se alzaba un hermosísimo, resplandeciente y enorme barco, tan grande que había roto la vieja “jaima”. En la proa, en letras grandes, se podía leer el nombre del barco: Sáhara Libre.

Mohamed Moulud entendió por fin todo. El espíritu valeroso de su padre le había llamado a través del viento para decirle que ya había llegado la hora de devolver el barco al mar. El espíritu sabio de su abuelo había hecho crecer al barco, que después de tantos años se había convertido en una nave de verdad y solo estaba esperando un capitán y una tripulación para echarse al mar.

Solo él sabía cuál era el destino del barco y estaba seguro de poder cumplir su promesa. Ante sí, Mohamed Moulud contemplaba un mar de arena inmenso, inabarcable con la vista, pero que no tenía ni olor ni sabor salado, y ese no era el mar saharaui.

Notas aclaratorias:
 “Derraá”: túnica normalmente de color azul celeste, típica de los hombres del Sáhara
“Daira”: aldea saharaui
“Wilaya”: localidad administrativa donde se agrupan varias “dairas”
“Jaima”: tienda típica de la población saharaui, en torno a la que se hace la vida familiar, común también en otras partes del norte de áfrica.

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