Gdeim Izik, un hito en la memoria del activismo saharaui
Escrito por Laura Casielles, Jueves 08 de Marzo de 2012
Más de un año después de su desmantelamiento, el campamento de Gdeim Izik, el lugar donde se produjo la movilización en la que los habitantes de El Aiun se organizaron en octubre de 2010 para dar voz a sus reivindicaciones económicas y protestas sociales; y que marcó, para algunos analistas, el inicio de la llamada «Primavera Árabe» sigue muy presente en el recuerdo de los habitantes del Sahara Occidental. Convirtiéndose en punto clave de la memoria de la historia reciente, entre inspiración, tristeza y fuente de aprendizaje, el legado de esta iniciativa y su de feroz represión por parte de las fuerzas del orden marroquíes, ha marcado un hito en la memoria del pueblo que la protagonizó.
En los últimos días, un documental, realizado por la ONG Sahara Tawra, ha puesto una vez más de manifiesto ese carácter ya casi mítico. "Gdeim Izik: detonante de la Primavera Árabe" es una cinta en la que algunos de los implicados en el campamento ponen voz y rostro al testimonio de sus vivencias durante y tras el campamento.
Coincidiendo con el aniversario de la fundación de la República Saharaui Árabe Democrática (que tuvo lugar el 27 de febrero de 1976), la organización lanzó, a través de su página de Internet, esta película, de distribución libre, que pretende «dar a conocer el incuestionable significado que ha tenido para todos/as los/as saharauis y para el surgimiento de las revoluciones en el mundo árabe», y que estará disponible próximamente también en inglés, francés e italiano.
Para los saharauis, que vivieron aquellos acontecimientos entre la esperanza de un cambio en su situación y el temor por las represalias que desde muy pronto comenzó a tomar el régimen marroquí (bajo cuya administración permanece la ciudad de El Aiún como el resto de territorios no liberados del Sahara Occidental), no hacen falta películas para recordar el campamento.
«Gdeim Izik dejo una imagen bien clara sobre la lucha del pueblo saharaui», explica a AISH Abdelaziz Meftah, uno de los jóvenes saharauis que formaron parte del campamento durante el mes y medio que aguantó en pie antes de ser desmantelado. «Gdeim Izik fue un regalo para el Sahara Occidental. Era el honor de todos los saharauis. Hay iniciativas que nacieron allí y continúan en marcha todavía», afirma.
Según un informe publicado el pasado noviembre por Sahara Tawra, el número de manifestantes llegó a alcanzar los 20.000, repartidos en unas 8.000 jaimas, en el punto álgido del campamento, durante su segunda y tercera semana. Más allá de las reivindicaciones, uno de sus logros fundamentales fue mostrar que esa ciudad improvisada y autogestionada podía salir adelante, y dar lugar a nuevas formas de organización social, un modelo que luego se vería en la Kasbah tunecina, la plaza Tahrir de Egipto, la de Taghir en Sanaa (Yemen), la de la Perla en Manama (Bahréin) y todas las revueltas que, siguiendo su estela, fueron naciendo en otros países de ambas orillas del Mediterráneo.
«La vida diaria en el campamento era una vida de esperanza. Todos los saharauis vivían el evento con fuerza de lucha», recuerda Meftah.
El activista canario José Morales destaca la dimensión social de la movilización, que considera «el primer campamento de indignados»: «en las asambleas se trataban temas laborales, de vivienda... Una de las principales reivindicaciones era que los recursos que estaban siendo expoliados por Marruecos fueran devueltos a los saharuis, pero se hablaba también de la alta tasa de desempleo, de las necesidades básicas que sufren algunos barrios por la situación de marginación y abandono que genera el régimen alauí, de la necesidad de licencias de pesca para las personas de la zona costera, así como de infraestructuras para mejorar la sanidad y la educación...», enumera.
Meftah, sin embargo, niega que las reivindicaciones no tuvieran además un cariz político, como se ha afirmado de manera insistente: «Lo que se pedía exactamente eran reivindicaciones sociales, pero en el fondo eran demandas políticas. En nuestra lucha no podemos separar lo político del social: vivimos en nuestras tierras, pero nos sentimos encarcelados, sin derechos ni libertad. En este momento, es muy importante trabajar sobre la unidad nacional y el discurso político tiene que ser claro y fuerte. No hay nada que ocultar».
Esta inevitable imbricación entre lo social y lo político fue la misma que reprodujeron meses después las revueltas de otros países árabes. Por eso, para el intelectual estadounidense Noam Chomsky, Gdeim Izik fue el comienzo de esta ola de movilizaciones, la «primera chispa» que encendió las demás. Meftah está de acuerdo, pero con algunos matices: «No era de la misma clase, porque, primero, somos un pueblo separado entre el Sahara Occidental y los campamentos de refugiados y las zonas liberadas (Tinduf, Argelia), y, por otro lado, se produjo solamente en una ciudad, ya que por la presión brutal de los militares nuestros hermanos en otras ciudades no pudieron intentar organizar protestas».
Más allá del espíritu, la de El Aiún fue preludio de las movilizaciones que se verían más tarde también en la forma: la organización en un campamento autogestionado, armado de la nada por un grupo creciente de manifestantes unidos solo por su voluntad de exigir un cambio.
«Como una llovizna, un goteo, desde un pequeño grupo fue surgiendo el campamento en un lugar que resultó adecuado por la posibilidad de tener agua y porque el propietario les permitía instalarse allí», recuerda Morales, que apunta que esta planificación surgió «de una tradición nómada».
Según destaca el informe de Sahara Tawra, el campamento, que se mantuvo en pie durante 28 días, era «una especie de Estado en un espacio muy pequeño», capaz de gestionar, a través de comisiones que se fueron creando progresivamente, todas las necesidades básicas, como sanidad, seguridad, administración, distribución... y conseguir «una autogestión total a pesar de la pobreza». «Lo que sorprendió no fue la cantidad de personas, sino su organización, su acción pacífica, espontanea, popular y sorpresiva, sin liderazgo definido ni idea premeditada», analiza Morales.
Mientras el campamento continuaba creciendo, un comité organizador negociaba con los diferentes representantes del Gobierno sus peticiones sociales y de mejoras económicas. Los representantes del campamento mantuvieron contactos con autoridades regionales y nacionales, pero, aunque en un principio parecía que se avanzaría hacia un trato, un incidente desencadenó un brusco cambio en la actitud del Gobierno marroquí.
En el atardecer del 24 de octubre, un coche que se dirigía al campamento con seis saharauis en su interior se saltó uno de los controles que las autoridades habían establecido en torno al campamento desde hacía unos días, y fue disparado por los militares que se encontraban en el mismo. El Garhi Nayem, de 14 años, murió en el acto debido a los disparos; y la situación del campamento dio un vuelco radical. Por un lado, los controles se cerraron casi totalmente, dificultando el acceso para los saharauis, y haciéndolo imposible para los extranjeros, incluidos periodistas y cooperantes. Una semana más tarde, era la ciudad entera de El Aiún la que estaba cercada, con todas las entradas y salidas bloqueadas. En la noche del 7 de noviembre, las fuerzas del orden marroquí entraron en el campamento con la intención de desmantelarlo, objetivo que se consiguió tras horas de violentos enfrentamientos entre los activistas y los militares y policías, que pronto se extendieron a las calles de El Aiún. «La situación fue crítica en varios lugares, especialmente cuando llegaron los manifestantes a la ciudad, lo que dio lugar a sangrientos enfrentamientos entre los saharauis y las autoridades y colonos marroquíes», recuerda Meftah. El balance fue de once muertos entre las fuerzas del orden marroquíes y dos entre los saharauis; más cientos de heridos en ambas partes.
«Fue una situación nueva para el régimen marroquí, que no está acostumbrado a la contestación social, sino que impone por la fuerza sus medidas», explica Morales. «Estaba sorprendido y preocupado sobre todo por la gran repercusión mediática a nivel internacional. El wali (gobernador) de El Aiún fue relevado del puesto porque no supo contener de forma inmediata lo que estaba pasando: el régimen sabía que, si accedía a las peticiones sociales que se estaban haciendo, sería visto como una debilidaden su habitual férrea política».
Mientras estos hechos tenían lugar, muchos ojos estaban puestos en la posible relación que los manifestantes mantuvieran con el Frente Polisario, al que el Gobierno marroquí acusó desde el primer momento de estar detrás de las protestas y manipularlas. Meftah niega que hubiese ninguna vinculación: «La relación del campamento Gdeim Izik con el Frente Polisario era, simplemente, la de unos ciudadanos con su Gobierno».
«La causa del pueblo saharaui no tiene por qué estar vinculada al Polisario, pero sus motivaciones son las mismas », reflexiona Morales. «La población saharaui reivindica la autodeterminación, pero no es una cuestión que se pueda entender como una manipulación, sino que los intereses coinciden».
En cuanto al propio Polisario, no se manifestó en principio sobre el campamento, aunque tras su desalojo y represión, el Gobierno de Mohamed Abdelaziz se mostró favorable a lo que proponía la juventud saharaui de los campamentos de refugiados en Tinduf (Argelia): la vuelta a las armas; y se declaró «preparado para la guerra».
La guerra no se produjo, pero la represión no terminó con el desmantelamiento del campamento y el fin de los disturbios en las calles de la capital. En los días siguientes, la ciudad estuvo tomada por los militares, se estableció un toque de queda y se realizaron decenas de detenciones, sembrando el pánico entre los ciudadanos. Muchos de los activistas que habían participado en el campamento optaron por esconderse durante varios días, ante la entrada ilegal de la policía en domicilios particulares y sus arrestos arbitrarios, según relata el informe de Sahara Tawra.
Veintitrés de aquellos detenidos continúan en la cárcel de Salé (cerca de Rabat) a la espera de ser sometidos a un juicio militar que ha sido aplazado en repetidas ocasiones, y su situación en prisión está, desde hace más de un año, en el centro de las reivindicaciones de los movimientos saharauis de derechos humanos.
«Después del desmantelamiento, se produjo una caza de brujas, una persecución acérrima contra todos los que participaron y tuvieron responsabilidades en el campamento», denuncia Morales. En este sentido, el recuerdo de Gdeim Izik es también un motivo para el miedo.
Pero no lo suficiente como para acallar las reivindicaciones. Aunque no ha vuelto a producirse una movilización de tanto calado como la de Gdeim Izik, a lo largo de todo el año, un constante goteo de manifestaciones y protestas ha demostrado que la represión no ha podido con el activismo, aunque los saharauis denuncian que la violencia policial sigue produciéndose con asiduidad.
Meftah espera, pese a todo, que haya un nuevo «campamento de la dignidad», quién sabe bajo qué forma: «Todos los seres humanos aprenden de una ocasión para innovar en las siguientes. El campamento de Gdeim Izik fue la innovación de los saharauis. Segurísimo que muy pronto vamos a tener más innovaciones en el mundo de las protestas, para estar siempre en continuidad». También Morales lo cree: «Es algo muy latente en la población, va implícito en la lucha del pueblo saharaui, que encontró una forma de visibilizar su causa. No es descartable la posibilidad de que se vuelvan a levantar campamentos».
Como en otros de los países que han protagonizado el despertar árabe, incluido el propio Marruecos, las protestas que se encarnaron en Gdeim Izik no han marcado necesariamente la consecución de los objetivos, ni han acarreado el cambio que pretendían. Pero han sacado a la luz, una vez más, los deseos y exigencias de un pueblo que sigue peleando, día a día, por vivir como quiere vivir, sin represión ni imposiciones.
Y marcar, desde el recuerdo, un camino por el que continuar, como señala Meftah: «Gdeim Izik fue el primer evento histórico de toda la ocupación marroquí de los territorios ocupados. Desde el alto fuego en 1991 los saharauis vivían bajo el horror de las autoridades marroquíes. Gdeim Izik rompió este horror. Por eso tendrá siempre su sitio en la historia del activismo saharaui».
Fuente: aish.es